sábado, 30 de noviembre de 2013

Quién como “Panchito”, el perro.
Tirado al sol, en un escalón del metro.
Valiéndole todo y todos. Olfateando
niños/niñas y zapatos.
Dando algunos pasos en busca de sombra,
acomodando su rabo y dejando caer
todo su cuerpo peludo, y pulgoso sobre ésta.

¡Cuánta feliz despreocupación!
¡Cuánta cordura y relajación!

De un santiamén se levanta y echa a correr,
Susanita le grita: ¡Panchito, Panchito!

A veces lanza ladridos al viento,
encabronadísimo por el ruido insoportable
de los muchachos de la prepa y universidad
o de cualquier vagabundo que arrastra los pies para andar.
Los corretea y lanza mordidas, pero aún  no he visto
que alcance a ninguno, es una pena.

Pancho bebe agua estancada de los charcos;
que habitan y se hunden en el paradero,
ahí donde ya es común que caigan los autos.
Ya me imagino allá abajo, como dos bolsas de agua
como nubes bien cargadas. Pero no, allá abajo está el metro
también a punto de reventar.

Yo estoy sobre la lámina del puesto,
cierro mis patitas en forma de puño
para no rasguñarme con mis garritas
-eso es lo único que ahora me preocupa-
y las froto por todo mi rostro:

¡Qué sueño!
voy
vengo
subo
bajo
una estiradera de tiempo




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sábado, 9 de noviembre de 2013



La noche acaricia, es el guiño nocturno que nos seduce. La lámpara divaga y tiembla, anda sin sueño, descalza. Atraviesa el frío la ventana, aunque la habitación no deja de ser cálida, tu sonrisa se hace horizonte y lejanía. Extrañan los pasos; el sonido y el ruido, extrañan tu canto. El segundero extraña las manecillas, el polvo que se levanta es de melancolía. Ya sólo existe un cuarto de sueños despiertos y habitables, una sonrisa contenida, un cuerpo delirante.

Abres la puerta y el vacío es absorbente, como una espiral, como una caída. Te abraza y crees que te destruirá, forcejeas con él y cierras la puerta rápidamente. Te mantienes a salvo encerrado, prisionero de tus miedos, del recuerdo de tus mentiras y te ahogas porque sabes que resistirás, ahí para siempre, que nada te hará moverte. Estás solo, aunque te hayas creado ilusiones. Me como la llave y la guardo eternamente, el Minotauro no duerme, teme y no dormirá nunca más. Quizá el olvido lo liberé, pero éso sólo es una condicionante, lo recordará el presente y éso será suficiente.

Un día el olvido volvió a la noche, lo hizo silencioso, un poco; poco a poco. Sigiloso como los siglos, rápido como un parpadeo, guiñó un pensamiento y desembarcó ideas. Nadie las invocó antes: eras pequeñas, de muchos colores, inocentes, juguetonas, muy conscientes, pero se pisaban al hablar. Nadaban en el vacío de ciertos días, con salvavidas todo el tiempo. El día tiradas en la arena, dentro del reloj de arena.



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El reloj desdoblaba la tarde en segundos agazapados. Hechos truenos, buscan  la calma en un parpadeo. Esos parpadeos son curiosos, saltan entre manecillas dislocadas; asesinas, tormentosas. Se zambullen entre tus piernas, buscan un silencio dulce. No sé porqué siempre deambulamos el desencuentro, no sé porqué siempre. La tarde no respira, te tengo en la punta de mi lengua, en la punta del desatino.

La cama es la tortura que invoca , las sábanas asombran y el día trae el olor de tus noches. Me gustas pavorosamente, la suave piel de tu tacto, tu boca hambrienta de mí. Tengo en las pestañas el sueño, salta el misterio de sombras que te nombra. Tu cuerpo junto al mío, la oscuridad y el abismo. Eres un inocente sueño.

A veces la luz parpadea y dialoga con ese horizonte, nada cambia. Los artilugios se disfrazan y danzan: deshacen torbellinos con sólo pensarlo. Navegan cansados ante el naufragio. Se arropan en tu mirada. Islas al tacto.




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