martes, 20 de agosto de 2013


La primera vez que morí, fue hace mucho tiempo.
No recuerdo el año, pero sí que ocurrió hace más de dos siglos

Una noche caminaba de regreso a casa, por esas calles llenas de cadáveres putrefactos, que me retorcían el estómago. Aún recuerdo el olor, como si fuera ayer. El olor es lo único que no se va, penetra mis sueños y mis recuerdos, lo ha hecho por toda la eternidad. 
Cubrí mi boca y nariz con un pañuelo de seda, que me había regalado mi abuelo, el día de mi cumpleaños. No, no era de él, lo había robado. 

Las calles eran fangos apestosos en aquellos días y la gente moría de cualquier cosa, no había medicamento, ni invento que definiera los terribles males que ocasionaban tales desastres. Así que sí, la mayoría en ese pueblo mío, moría y yo con ellos. 
Pero no ese día, esa noche ya no había nada de que preocuparse, estaba sola y frente a ella, una vez más.

Escuchaba gemir al océano y sus gemidos se mezclaban con los del pueblo. Ya no tenía miedo, vi cómo la decadencia nos fue consumiendo. Y curiosamente fue a partir de la llegada de él, siempre disimulando que hacia el bien, siempre sonriendo a todo el mundo. Era atractivo, demasiado: hombres y mujeres, caían a sus pies. 

Y no venía solo, no venía de paso, la seguía. Y gracias a ella, sigo yo aquí. 
Pero no lo soporto más, estoy hambrienta y tengo que salir a alimentarme. Quizá pueda contar en otro momento esta historia... 


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